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 ROTURA (TRENCAMENT) 

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Jugó a dibujar figuras de humo.


Se sintió mareado ante tantos enanos, clérigos y dragones.

Decidió irse del bar de tecnos hasta llegar a su casa.

En el Camino una paloma puso un huevo, que se estrelló sobre el capó del coche y de él salieron una troupe de conejos de Pascua rosas.

Saltaron del capó en plena marcha.

Subió las escaleras del piso como pudo, pero cuanto más corría, las escaleras más rápido se deslizaban hacia abajo, como en unas escaleras mecánicas de un centro comercial.


Se sentó, ya no podía más.

El vecino del cuarto lo encontró sentado en un escalón.


— Don Leandro, ¿le ayudo a subir a su casa? ¿Cómo se encuentra?


Me llevó a cuestas hasta el quinto piso. Al entrar a la casa, abrió mi hija, Alicia.

— ¡Papá, ten Cocacola! Te sentará bien. — me dijo preocupada.


Las burbujas me sabían a menta. Los colores de mis libros... ¡Madre de Dios, los colores!


Me entraron náuseas.

Entré en el lavabo del piso.

Me miré en el Espejo.


— ¡Dios mío! —exclamé.— ¡Si me he quedado atrapado en el otro lado del espejo! ¡Socorro! ¡Alicia, ayúdame!


Alicia vino y me susurró:

— Hay que romper el espejo para liberarte ...

— ¡Pero son Siete Años de Mala Suerte!


Alicia sacó como pudo el espejo del lavabo.


Lo tiró como pudo desde el quinto piso a la calle.

Al golpear contra el pavimento de la calzada, el espejo se rompió en mil, en millones, en billones de fragmentos que se desperdigaron como puntos de una foto sobre la pantalla de un ordenador.


Mi mente se rompió y nunca la pude recuperar.

No sé qué habrá sido de mi mujer ni de Alicia, desde entonces no las he vuelto a ver.

Quizás fue un mal momento lo de volver a fumar.



Alejandro Pes Casado

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