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  EL ESPEJO

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 Cuando salí de la Sala de los Espejos, deambulé por el pasillo un poco mareado. Había sido

una gozada para los sentidos. Al avanzar, vi mi sombra por delante mío, aumentada, encogiéndose,

caminando agazapada. Caminaba más rápido que yo, así que empecé a correr pero me llevaba

ventaja y siempre iba más deprisa.

Empezó a desprenderse de mi cuerpo y en mis suelas, su rastro de oscuridad quedó gomoso,

se había desprendido. Empecé a seguirla a la carrera, pero corría, gigante, ligera y voluptuosa.

Al salir del prostíbulo escapó a todo trapo dando pasos cada vez más enormes, así que cogí

el coche y me dispuse a seguirla. Arranqué apresuradamente el vehículo, y al encender las luces de

cruce en el primer tramo de la oscura curva, pude divisar la sombra de un gato cruzando la carretera

hasta desaparecer en el arcén.

¡Pero no había gato!

                    * * *


Al salir de la Sala de los Espejos, en el puticlub situado a las afueras del pueblo, junto a una

curva mal iluminada, iba barriendo la carretera, mirando en el espejo retrovisor el rastro de mi

sombra que había desaparecido. Observé la sombra de un gato correr y reflejarse en la pared del

arcén, grande, volátil, amenazante, una sombra fantasmal.

Mientras miraba en el espejo, la humareda del coche a la salida de la curva, me distraje

décimas de segundo y al recobrar el control un individuo chocó contra el morro del automóvil y al

frenar en seco, dio de bruces contra el asfalto.

Bajé del vehículo asustado para ver el estado del pobre hombre y cuál fue mi sorpresa, que

al girarlo... ¡Me di cuenta que era mi propio reflejo!

                      * * *


ALEJANDRO   PES    CASADO

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